BETRIX CENCI
Personajes
FRANCESCO
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Conde de Cenci
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Barítono
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La acción se desarrolla en Roma y Rieti, a finales de 1599.
ACTO ÚNICO Escena Primera CORO Somos el coro. Presta atención pues lo que contemplarás es la vida de un hombre cuyo malvado ejemplo lo convertirá en un precursor de tiempos futuros. Somos el coro. y aunque hemos de participar con nuestra exaltación en cuanto aquí ocurra queremos advertirte que aquí no hallarás piedad. Francesco Cenci aparecerá ante tus ojos como la encarnación diabólica de su época. Verás como tejió una mortaja de odio bañándola en la sangre y los gemidos de aquellos que a su egoísmo criminal no quisieron rendirse. Su placer es atropellar a los que quiere destruir para verlos caer en las trampas que astutamente prepara y escuchar sus lamentos. El humano rostro ocultando la bestia que hay detrás. Nunca hubo para los poderosos ni vida ni muerte, ni Dios ni justicia, ni crimen ni incesto. No somos inocentes. También nosotros sentimos la fascinación que el poder ejerce sobre los que viven para ser sometidos. Escondemos detrás de abalorios y máscaras la humana cobardía. Siglos caerán y estos gritos de angustia que ahora nos rodean sonarán como madrigales. Nuestras inquietudes se ensanchan; nuestros valores tambalean. ¿Qué hacer, oh Dios, qué hacer? Escena Segunda CONDE CENCI ¡La guerra! ¡La guerra! ¡Lo sabía! ¡Dan uno y toman cien mil! ¡Un tercio de mis dominios! ¡Qué coincidencia! Rumores corren ya acerca de extraños que examinan con curiosidad mis gloriosos viñedos. Detrás de las murallas armadas de mi castillo seré invencible. El viejo Conde Cenci, encina y toro que florece y siembra, los enfrentará... ¡Hipócritas! ¡Cobardes! ¡Desencadenaré la guerra... la guerra! Paranoia y normalidad agrandan lo que las separa cuando el paranoico acentúa su fijeza, su fijación a ilusiones, mientras que el normal rodea con preguntas al cerebro, se aleja del alma, y en su Tao Te Ching, su libro del Camino y su virtud, se obstina en subrayar la misma frase: Mantén tu corazón vacío y fortifica tus huesos. Paranoia y normalidad se asemejan cuando el hombre normal acentúa la furtiva sospecha de ser también el paranoico, sólo que inhibido, acaso mas enfermo de lo que pudiera suponerse, más inocentemente a merced de su infección, y así el muy incierto, indagado instinto paranoico, pasa entonces a constituirse en el patrimonio de todos y de ninguno, como la voluntad de destruir, como lo demoníaco, en lo evidente y en lo profundo. ANDREA Señor: un mensajero ha traído desde Salamanca esta carta. CONDE CENCI ¡Noticias de Salamanca! ¡Ojalá sean portadoras de alegrías para mí! El plan que guardo en mi mente justificaría más aún la pérdida de mis viñedos. Todo desaparecerá de mi vista: mis hijos, mi mujer... Sólo a Beatrix guardaré para mí, para nadie más que para mí.... ¡Esto merece ser celebrado! ¡Ve, Andrea, ve! ¡Dile. a mis amigos que estén dispuestos! Amigos, familia res, caballeros, todos serán recibidos en el Palacio Cenci. Lucrecia y Beatrix lucirán sus mejores galas en una fiesta que Roma habrá de recordar. ¡Yo enseñaré a todos a no olvidar nunca que yo, y sólo yo, soy el amo y señor de este palacio! Escena Tercera CORO El viajero ya no tiene otra opción, será como un caballo sin carro, sin dueño, carro y caballo juntos de nuevo cuando retorne. BEATRIX Dos veces al año florecen tus rosas, y dos veces la ceniza en el cacto, las fases de la lluvia. CORO El viajero ya no tiene etc... LUCRECIA Dos veces al año mi hogar entre rosas, oh presencia de un hogar que tus dioses borraron. Dos veces la nostalgia ensombreciendo, aplastando rosas. CORO El viajero ya no tiene etc... ANDREA Preparaos. Mi señor celebra esta noche una fiesta. Toda Roma está invitada. Os ordena lucir las mejores galas por las nuevas que han llegado de Salamanca. LUCRECIA Un nuevo tormento ha inventado para humillarnos. Su conducta, Beatrix, hace insoportable mi vida. Y ahora nos llevará al Castillo de Petrella. De ahí ya no podremos escapar jamás. BEATRIX Madre, hay algo que me perturba. El presagio es confuso, me desgarra, pero no tengo dudas de su diabólica sustancia. LUCRECIA Cada día que pasa procura agregar capas de odio a las ya existentes hasta crear con ellas infernales torturas. BEATRIX Madre, los sueños me contaron esos anuncios. Pasaron sus manos viles por mis miembros, hundieron sus dedos en mis carnes, y vislumbré, cercana, envolvente, fatal, la desgracia. Escena Cuarta BEATRIX Fénix. Móvil, consistente y móvil, una fronda se esparce y cubre y entibia para que él descienda, beldad sin origen, plumas rojas y plumas de oro, talla gigante, pico de rapiña. Tan pronto, apenas el aletazo y el grito me sacuden pasa por sus ojos el instante de trescientos, quinientos años, y encendiendo una fogata se arroja a ella, se extingue y vuelve a resurgir sobre mi hombro, ciclo de todas las noches, portavoz de la eterna juventud del fuego, de la música de resurrección que cantan las cenizas. Fénix. ORSINO ¡Beatrix! Con alegría acudo a tu llamado. Un año transcurrió desde aquella tarde... BEATRIX Entonces te amaba, Orsino, pero preferiste los hábitos. ORSINO Nunca te olvidé. Nunca dejé de quererte. Beatrix, tu belleza me persiguió todo este tiempo. Formas parte de mí, de mis sueños y deseos. BEATRIX Quizá te ame todavía, pero es un amor del que nada ya espero. ORSINO ¿Por qué? ¿Qué sucede? BEATRIX ¿Cómo abandonar en este palacio de miserias a mi joven hermano, a mi madrastra, a merced de quien a sí mismo se llama mi padre? ¿Cómo dejar a los que me dieron el único afecto que conocí? A pesar de tus promesas nada has hecho por ayudarme a escapar de su maldad. ORSINO No quiso el Papa intervenir. A pesar de sus querellas con el Conde Cenci, nunca olvidó que tu padre es poderoso y la fuerza inspira respeto. BEATRIX ¡Ampárame! ¡Tú eres mi único amigo! ¡Entrega esta carta al Papa! ¡Sólo en ti confío! ORSINO Soy uno que se marcha después de ver la lucha final entre el cuervo y la paloma. Soy uno que declina reinar en la trenza obediente del deseo pero que estira sus miembros. Soy uno que aligera su carga dejándose abrigar, liviano, por la caliente plegaria. Soy uno que roza el amor y de pronto sus labios, su pulso mueren de muerte. Soy uno que se marcha cansado de prometerse: sí, mañana quizás afirme algo de lo que suele sonreír al corazón. Hoy las amapolas, los cinco sentidos y tantas otras cosas que la tierra concede oscilan, no me dejan comprender. Escena Quinta INVITADO PRIMERO ¿Qué te indujo a tal celebración? INVITADO SEGUNDO Nuestra curiosidad crece. Por favor, anuncia el motivo. INVITADO TERCERO Conde, ¿Qué ha sucedido? ¿Qué noticias recibiste? CONDE CENCI Brindo por la leyenda de los Cenci que se concretará a través de los siglos. CORO Nosotros sabemos lo que habrá de ocurrir. El pecado dibuja en su rostro la tortuosa expresión de los infiernos. BEATRIX Presiento que algo horrible ha de ocurrir LUCRECIA Mira con qué placidez bebe su vino. ¡Oh, Dios! Tal vez un cambio misterioso se opera en él. BEATRIX Un cambio, sí... Pero un cambio que habrá de inundar de cenizas nuestras bocas. CORO Sí, sí... Las bocas se inundarán de cenizas y su rostro, sin ojos, te mirará implacablemente, para siempre. CONDE CENCI Recibí una carta anunciando la muerte de mis hijos: Rocco desmontado por un caballo; Cristóbal atravesado por la espada de un rival. ¡Regocijémonos! ¡Llenad las copas! INVITADO PRIMERO ¡Basta ya con esa farsa! INVITADO SEGUNDO El vino que bebemos tiene el gusto de la sangre de sus víctimas. INVITADO TERCERO ¡Antorchas, antorchas para iluminar mi ruta! BEATRIX ¡Piedad! No nos abandonen entre sus garras... Su crueldad no tiene límites... Queremos abandonar este palacio donde estarnos condenadas... ¡Aléjate de mí! ¡Nunca olvidaré que fuiste mi padre pero ahora desaparece de mi vista! CONDE CENCI Tu padre tiene sed, Beatrix. Dale de beber. El deseo que se alza dentro de mí quiere verse cumplido. Escena Sexta BEATRIX Tu rostro está pálido y tus manos tiemblan. ORSINO Los mastines de Cenci me persiguieron y apenas logré llegar hasta la puerta. BEATRIX Esos perros son salvajes y atacan a todos menos a Cenci. ORSINO Ya me siento mejor. Por suerte la luna no brillaba esta noche con su habitual fulgor. BEATRIX Estoy impaciente por oír las noticias que me traes. ORSINO El Para ha rechazado tu mensaje sin abrirlo. BEATRIX Tengo miedo. Un miedo que se infiltra por todo mi ser. Pero mi debilidad será mi fuerza. ORSINO Mi amor nunca palideció. Dentro de mi pasión encontrarías la paz que tanto ansías. Dame una palabra, una palabra para aliviar mi corazón. BEATRIX ¡Mi padre!... ¡Mi padre! ¡Defiéndeme! ¡No te vayas! ORSINO ¡Él no tiene que encontrarme aquí! CONDE CENCI ¡Beatrix!... Estabas tan hermosa en la sala del banquete, que me sentí orgulloso, orgulloso de que me pertenecieras. ¿No tienes nada qué decir? Un antagonismo que se ha ido haciendo carne en ti nos separa. ¿Ves ahora como cualquiera de mis tentativas de acercamiento es rechazada? En la fiesta hablaste demasiado pero ahora que estamos a solas callas, me miras como si yo fuera tu enemigo. Estoy aquí impulsado por la agobiante necesidad de saber cómo eres realmente. Quisiera saltar tus muros, instalarme en tu ciudadela... Tu belleza me excita, me enloquece. Llámalo pecado, depravación, lujuria... El deseo me sofoca... Las entrañas me queman... Tu cuerpo joven en mis brazos mustios... Escena Séptima LUCRECIA ¡Los perros! ¡Mi Dios, los perros! Cuando sus ladridos violan la noche, extrañas desventuras anuncian. Es como si algo trágico fuera a desatarse, capaz de hacer temblar al asesino más feroz, de consternar a las almas más perversas. BERNARDO Los espejos reflejan, no retienen, es imposible meternos en el cuerpo de un espejo o hacer que el espejo entre en nosotros, y percibimos vacío, vacío que alivia de aprensiones, la aprensión de recibir favores, aprensión en la desgracia. LUCRECIA ¡Los perros! ¡Siempre los perros! Sus aullidos son los sollozos de la oscura noche, alucinantes, aterradoras, apocalípticas resonancias, orgasmos que se proyectan hacia el infinito... BERNARDO Quietud y vacío, como navegar el océano sobre una sombra, pájaros imponiéndose silencio de modo que ningún canto recorra sus vacíos, vacíos, ni sin, ni con, ni dentro, ni en el medio, vacío sin dualismos, oquedad, sin uno y dos. LUCRECIA ¡Oh, Dios mío, esos perros!. .. La angustia de la vigilia me duele... ¡Ábrete noche, háblame!... Escena Octava LUCRECIA ¡Hija mía! Dime, por el amor de Dios, ¿qué ha ocurrido?. Dilo; no importa el miedo que tengo de saber lo que tu rostro anticipa. BEATRIX Todavía mis pies me arrastran aún en contra de mi deseo. Y puedo todavía erguirme, descifrar cuanto oigo, ver cuanto miro. Déjame en este pozo donde las tinieblas son acogedoras, y el áspero suelo, consolante. Estoy vacía para todo menos, para el horror. LUCRECIA ¡Cenci! Sólo él pudo conducirte a esto. BEATRIX No lo dudes, madre, llegará un momento en que otra vez volveré a tener hambre y sed, y aún a sentir tu ternura. Pero quien está delante tuyo no es la Beatrix de ayer. Expío hoy el crimen de haber nacido. Soy un manojo de carne objeto de mi asco. Corre por mis venas una sangre turbia, mancillada. Han corrompido mis sueños. Han arrancado mi alma ¿Qué juez me la devolverá? Hermano: ahora sólo puedo creer en mi propia justicia. GIACOMO Lo ocurrido en la fiesta de Cenci toda Roma lo comenta. Debemos encarar un reto; de lo contrario nuestras vidas se derrumbarán en fragmentos sin sentido. LUCRECIA ¡Ni Roma es capaz de sospechar que el peor de los crímenes ha sido cometido! GIACOMO Presiento la infamia, su inmundicia y podredumbre. La ruina invade el Castillo de Petrella. BEATRIX Entre sus muros estoy prisionera. Quisiera moverme libremente, andar por el parque, respirar el aire puro, admirar los pájaros y las flores y salir de mi propia cárcel. GIACOMO Sólo hay una salida: ¡Beatrix debe ser vengada! ¡Olimpio y Marzio nos ayudarán! BEATRIX ¡Sí! ¡Sí! ¡Cenci debe morir! ¡Ahora sólo existo como instrumento de su muerte! Escena Novena OLIMPIO ¿No sabes quién vendrá? MARZIO No. Pero se trata del Conde Cenci. OLIMPIO Tengo mis razones para odiarlo. MARZIO Yo también y me juré que él no moriría de muerte natural. OLIMPIO Estrangulado... Estrangularlo con nuestras propias manos mientras duerme. MARZIO Es lo mejor. No habrá manchas de sangre ni gritos. OLIMPIO Tan pronto esté muerto lo arrojaremos por la ventana. Así parecerá un accidente ¡Qué oscuro está todo! Alguien llega... MARZIO Una mujer... BEATRIX ¡Olimpio!... ¡Marzio!... Aquí está el puñal. Aquí está el dinero. Ya se saben; empleó gran parte del tiempo en adquirir su odio, y mucho más tiempo en gozarlo sin decirlo, cuervo que solitario come, ajeno a la envidia, y no para jactarse, a la espera, quizás, de un cielo del odio donde todos los odios son contemplados por todos, incluso los ignorantes del propio odio, corruptos; y dispuesto al goce de ser contemplado en su odio, como aplicando una máxima: Bueno es odiar a solas, pero es mejor odiar en compañía, el odio crece. Escena Décima CONDE CENCI Mi hijo Rocco, galopando por una colina fue desmontado por el caballo... Cristóbal, el primogénito, bebía en una taberna, bebía... bebía... y la espada del rival fue más rápida. ¡Qué curioso! Los dos murieron el mismo día... Pero a ella la aniquilaré, se pudrirá en Petrella. Sólo la familia permitirá medir el grado de mi crueldad. Pero tú seguirás allí, hastiándome, menos digna de compartir mi lecho que un árbol, ni siquiera capaz de abrazarme con sus ramas. ¡Más vino, más vino! ¡Bebe tú, primero, bebe tú! Pelo quebradizo, piel reseca, andrajosos senos, en una sola visión todas las visiones para el exorcismo de acompañarla rechazándola, pensarla en un basural, el lecho como basural, y no en la incauta, desprevenida esperanza que aspira a probar que entre tantos simulacros de entrega hubo uno que remontó el cuarto se filtró por las puertas, quemó la casa, incendió el corazón. ¡Los perros, los perros! ¡Hagan callar a esos perros! ¡Háganlos callar! Tengo la premonición de que mis enemigos se aprestan para el ataque final. Debo aguzar mis nervios y mi astucia para descargar un golpe que los aplaste. Amigo: me acusas de traición pero estás en un error. El viejo Conde Cenci es inocente. ¡Mentiras! ¡Siempre mentiste, ramera! Durante mis ausencias te acostabas con un guardián distinto cada noche, ¡Tú y tu inocencia ofendida! ¡Los perros! ¡Siempre esos perros cómplices de antiguas cacerías ahora también mis enemigos! Escena Undécima GIACOMO Allí está… dormido... BEATRIX ¿Y bien? MARZIO ¡No! ¡No podemos hacerlo!... GIACOMO ¿Qué quieres decir? OLIMPIO ... Sus ojos entreabiertos me espantan... MARZIO ...lo oigo hablar en sueños y el terror me paraliza... BEATRIX ¡Cobardes! ¡Vayan! Si no, lo mato yo misma y los acuso de su muerte. ¿Ha muerto? Escena Duodécima BERNARDO Dos veces al año florecen sus rosas y dos veces la ceniza en el cacto las fases de la lluvia. Dos veces al año mi hogar entre rosas, ¡oh, presencia de un hogar que tus dioses borraron!. Dos veces la nostalgia ensombreciendo, aplastando rosas. Yo lo vi la mañana cuando lo llevaban. Aún muerto, una expresión de enojo se dibujaba en su rostro... la mueca final antes del encuentro con los gusanos... ¡Qué extraño suceso! ¡Jamás conocí días de tanta paz desde que él murió! ORSINO Han descubierto el cuerpo de Cenci y han ordenado el arresto de todos ustedes. Los guardias están ya cerca del palacio y pronto llegarán. LUCRECIA ¡Dios mío! ¡Oh, Dios mío! BEATRIX ¡Cuenta qué ha sucedido! ORSINO A Olimpio lo mataron pero Marzio escapó. Bebió demasiado y contó a todos cómo Cenci había sido asesinado. Cuando lo encarcelaron negó cuanto había dicho pero bajo el castigo confesó. Monté mi caballo más veloz para prevenirlos antes de la llegada de los guardias. BEATRIZ Roma ya conoce la pasión que nos unió. Mi vida ahora peligra... Vacilo, titubeo, oscilo entre un amor lejano y ya marchito y el lacerante terror a la tortura. ¡Huiré, me ocultaré, franquearé las fronteras, me salvaré, Beatrix, me salvaré! LUCRECIA ¡Todo está perdido! A medida que la muerte se aproxima una extraña calma me invade. En el ocaso, cuando el cielo ya se cierra, estamos juntos como antaño. Mientras la visión doliente y remota del pasado se desvanece, el peligro nos espía, la fatalidad nos alcanza, la desventura nos guarece. Derrotas, fracasos, cataclismos, hieles, la vida, amarga, dura y triste, agoniza desesperadamente. Escena Decimotercera CORO Temprana vas a la semilla esparciendo náusea en su fermento; ahogo, carcoma que hiere el alma de insulsez, como peregrino no morador del instante; huidizo coágulo donde, apenas estoy ya no estoy, descartada la suprema avaricia de ganar tu cuenca con un fin absoluto, unánime, fuera del aquí y ahora. Voto de corrosión evidencia perpetua, tanto codiciar de ojos, tanto filtrar tu quietud, ansío anularte. Nada, en las mudanzas que prohíjas, como el desamado cura y socava su llaga irremplazable infinitamente, y de gustarte vive; ansío, y mi cavilar remonta la joven, ida riqueza de ignorarte, encontrando tu carro, tu atroz veleta, atascados en la eternidad mientras tejes y destejes el ridículo fracaso humano. BEATRIX ¡No! ¡No soy culpable! ¡No quiero morir! ¡Conmigo muere la vida, la juventud, la esperanza! Escena Decimocuarta BEATRIX Estoy preparada para lo peor, y lo peor será mi destino; pero aún así hallo consuelo en el hecho que me costará la vida. (Subsistiré, subsisto, ser del pimpollo, ser del transitorio pez, naturaleza como mezcla. Apenas anunciada la permanente degradación me empuja al cambio, inimaginable consumo de fuego elemental...) Es más fácil morir habiendo muerto Cenci, que vivir con Cenci carcomiendo mis entrañas (...de fuego elemental, agua, aire, tierra, y formas que nunca nacen por ya engendradas, actuales y futuras, retrospectivas formas repitiéndome en todos, y yo todo y todos, cargado a una inmortalidad llamada muerte...) En la muerte encontraré mi única forma de vivir ¡La muerte! ¡La muerte! (...muerte, cuando el odio me disocie, y lo oscuro sea recompensa; amor, cuando presunta pureza me identifique en un lugar, interior tentativa de conservación, la única que pueden permitirme tiempo y especies.) BERNARDO El guardián no ha corrido el cerrojo. ¿Qué significa esto? GUARDIA Beatrix Cenci, nos han enviado para llevarte al cadalso. El verdugo está pronto. CORO ¡El verdugo está pronto! ¡La muerte te espera! Sancta María, Ora pro nobis Sancta Dei Genetrix, Ora pro nobis BEATRIX ¡No, la muerte no! ¡Tengo miedo del infierno! ¡Allí encontraré a mi padre debatiéndose entre las llamas, mirándome implacablemente con sus ojos fijos, muertos, para siempre!... Digitalizado por: José Luis Roviaro 2011 |